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dam-l Un plan responsable para el río
Es preciso evaluar el costo e impacto ambiental de todas las obras
propuestas para el Río de la Plata
GUSTAVO BELIZ. Legislador porteño por Nueva Dirigencia
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Desde los tiempos de los faraones, son muchos los
gobiernos que creen justificarse a partir de la
construcción de obras dispendiosas e inútiles. La
exhibición de poder con el dinero ajeno es una vieja
costumbre, pero es especialmente grave cuando se
proyectan obras que tendrán un alto impacto ambiental y
no son evaluadas con acierto.
El Río de la Plata, de donde sale el agua que tomamos
los porteños, se agita en estos días en la
incertidumbre de megainiciativas superpuestas que
encierran enormes interrogantes en materia ecológica. Y
pueden encubrir el germen de transacciones económicas
cuanto menos curiosas. Veamos: Por un lado, se propone
clonar el viejo proyecto de la aeroísla, multiplicando
las instalaciones del Aeroparque con una construcción
frente a la Costanera Norte que se uniría al territorio
por una autopista con peaje.
Ya no se habla de liberar los terrenos del Aeroparque
al uso público, lo que significaría algo así como crear
un nuevo bosque de Palermo, incorporando 127 hectáreas
de espacios verdes a la ciudad.
Tampoco se menciona la construcción de un transporte
de alta velocidad a Ezeiza, adonde podría trasladarse
toda la operatoria aérea.
Se insiste, en suma, en la vieja idea de Alsogaray,
maquillándola y sin medir las consecuencias
ambientales: el embotellamiento vehicular en la
costanera, la mayor sedimentación del río, el potencial
taponamiento de las bocas de desagüe de los arroyos, la
cercanía de las tomas de agua, el volcado de miles de
litros de combustibles y residuos de la nueva base
aérea, el riesgo de ser más vulnerables a las
inundaciones.
Pero los proyectos gigantescos no terminan aquí. A
través de un nuevo decreto de necesidad y urgencia, el
Gobierno nacional convocó a la ampliación del puerto de
Buenos Aires, pretendiendo rellenar 270 hectáreas sobre
el río, en una obra descomunal por su precio y por sus
no merituadas consecuencias medioambientales.
Se avanza en el proyecto del puente Buenos
Aires-Colonia, ante el silencio de las autoridades
comunales en un tema que puede tener consecuencias
directas sobre la ciudad.
Por si faltaran proyectos sobre nuestro estuario, la
Reserva Ecológica se ve amenazada en dos frentes. Por
un lado, la construcción de una autopista, una de cuyas
propuestas -impulsada por el representante de la ciudad
en la Corporación Puerto Madero- determina una traza
por la reserva. Por el otro, se menciona la posibilidad
de construir una planta de tratamiento de residuos
cloacales de más de 10 hectáreas. Sin olvidar que la
reserva sigue siendo un apetitoso bocado inmobiliario.
Estos proyectos no han merecido una clara definición de
parte del Gobierno porteño. Creemos que no cabe lavarse
las manos o hacer guiños confusos a la bulimia
menemista. Menos aún, sentarse a negociar sin un claro
concepto estratégico sobre qué tipo de desarrollo
pretendemos.
¿Un nuevo Yacyretá?
Como si la poca tierra vacante que posee nuestra ciudad
ya hubiera agotado las posibilidades de excepciones al
código de planeamiento, ahora la mira aparece puesta
sobre el río color de león y sus adyacencias. Frente a
la posibilidad de que se esté engendrando un nuevo
Yacyretá (en términos de mazazos ecológicos y de
hipercorrupción) urge evaluar el impacto de estas obras
y su razonabilidad social, económica y productiva.
Antes de comprometer el dinero de los contribuyentes,
es necesario conjugar los tres ejes sobre los cuales
debe basarse el desarrollo futuro del área:
sustentabilidad ambiental, crecimiento económico y
equidad social.
El Plan Urbano Ambiental y la Ley de Impacto Ambiental
que avanzan ya en la Legislatura porteña y que serán
sancionados próximamente son dos herramientas básicas
para asegurar la racionalidad en la toma de decisiones.
El destino del puerto, el sistema de transporte de
pasajeros y de carga y las grandes intervenciones
urbanísticas deben ser analizados en un marco
estratégico. Como ciudad global, que busca competir en
el Mercosur y el mundo entero, Buenos Aires no puede
permitirse el lujo de la improvisación o el dispendio
de recursos. Todos estos grandes proyectos merecen un
tratamiento cristalino y participativo. No pueden ser
aprobados en la penumbra del secreto o del hecho
consumado. Ninguna gran ciudad puede gastar miles de
millones de dólares con una lógica tecnocrática -en la
que el desarrollo se mide sólo por metros cuadrados de
cemento- u oscurantista.
Se trata, en definitiva, de prevenir el atropello sobre
el Río de la Plata, que desde algunos despachos
públicos parece ser visto hoy como la última joya de la
abuela. La opción es clara: inversión sí, rapiña no.
Buenos Aires, capital de futuros grandes negocios, sí.
Buenos Aires, colonia de grandes negociados, no.
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